Cultura,  Historia

VISIÓN HISTÓRICA DE PUNO: LA PRESENCIA DEL PASADO Y LOS DESAFÍOS DEL FUTURO (1/6)

Hernán Amat Olazával

La cuenca altiplánica del Titicaca constituye una de las regiones donde se operan, con mayor claridad, las relaciones de las sociedades humanas con el medio ambiente; interacciones que determinan una lucha constante, una interacción persistente que permite lograr un modo de equilibrio admirable o el proceso homeostático, donde los hombres conquistaron la altura, el frío y las tierras altas y bajas. Este proceso de adaptación a ecosistemas diversos hizo posible el proceso diacrónico, desde hace más de 10.000 años, que dieron lugar al desarrollo de extraordinarias formaciones socioculturales o civilizaciones que crearon una avanzada tecnología agrícola, ganadera y sólidos fundamentos ideológicos, que los incas supieron aprovechar eficientemente.

En ese mágico y deslumbrante escenario, sobresalieron las civilizaciones de Qaluyu, Pucara, wankarani, Chiripa y Tiyawanaku, seguidas por un mundo pluriétnico (colla, lupaka, paqajis, kullawa, uru, nativos machiguenga y sirionó, (interacción sostenida con sus poderosos vecinos confederados como los quillaca-azanaque, qaraqara, y caranga, sora y chicha), y organizaciones multilingüe (puquina, aimara y quechua).

En cierta medida, en aquel mundo pluriétnico, conformado por ayllus, sus habitantes vivieron relativamente separadas por fronteras geográficas. Más tarde, los incas no sólo sirvieron como agentes de unión entre mundos cuasi independientes, sino que han arraigado la plurietnicidad en el Altiplano. Como un injerto nuevo sobre una base antiagua, los incas lograron justificar su presencia, transformaron un estado de hecho en norma cultural. Gracias a ellos, el Altiplano, unido a los valles costeños y la selva alta prehispánicos, se convertiría en ese crisol cultural que hoy se llama Puno: los particularismos locales no fueron aniquilados, sino engastados en el molde del pensamiento quechua-aimara sobrepuesto a las tradiciones ancestrales. El Altiplano andino le confiere a la región Puno, una unidad territorial distorsionada y rota en 1824 y una continuidad cronológica que se proyecta hasta el presente.

La ecología visto el paisaje del Altiplano del Collao desde un avión o en una foto captada por satélite, o visitarlo personalmente, se ofrece ante nuestras retinas asombradas como un espectáculo de espléndida majestuosidad. Allá, en el horizonte, se recorta la nitidez de la atmósfera diamantina en un cielo impecable de tersa limpidez. Sobre estos ecosistemas lleno de matices, se proyecta la alucinante caravana de picachos nevados, que estremecidos de su propia grandeza elevan al infinito su hieratismo de más de 6.000 metros de altura, como El Ananea y el Palomani, mostrando orgullosos la blancura de sus aristas milenarias cuyos penachos de nieve van desapareciendo penosa e irreversiblemente.

Dentro del cinturón de estos bellos nevados, que tocados por la magia del crepúsculo se encienden por un resplandor áureo, se muestra casi al centro, como suspendido en un pedestal la inmensa esmeralda lúcida, mítica y fastuosa del lago Titicaca, de cuyas orillas parece emerger el extenso terciopelo del Altiplano, que forma una espléndida llanura grávida, que a veces se interrumpe por suaves ondulaciones y otras veces se arruga en audaces levantamientos.

El lago Titicaca, es un milagro de la naturaleza. Aproximadamente mide 250 km. de largo y 25 km. en su menor ancho, con una extensión de 83.000 km. cuadrados. Su profundidad alcanza hasta 250 m. Sus islas son 36, tiene varias penínsulas y cabos, y un estrecho, el de Tiquina. Toda esta extensa masa de agua se halla a 3812 metros sobre el nivel del mar. Intereses políticos del siglo XIX, lo dividieron en dos segmentos.

Los Primeros Pobladores. Los primeros residentes del Altiplano fueron los amerindios. Penetraron en el Nuevo Mundo hace 25.000 afros (Pleistoceno superior), pasando de Siberia a Alaska, franqueando el estrecho de Bering en varias oleadas. Estos pobladores de talla pequeña, con pliegues óseos muy pronunciados por encima de las cejas, fueron cazadores de la megafauna americana. En busca de rebaños móviles se desplazaron por Centro América, se dispersaron luego hacia el sur y penetraron en los Andes, en persecución de la caza, después de 600 generaciones, más o menos hacia el 10.000-9.000 a.c. Los testimonios arqueológicos dejados por estos recolectores de plantas y cazadores de venados (tarucas), guanacos, roedores y otras especies, revelan que habitaron en cuevas como las de Pisacoma, Qilqataña, Mazo Cruz e Ichuña y en otros parajes, por espacio de más de 3.000 años.

 

Tomado del libro: Una Flor y Su Historia – 2016

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